Esos momentos de melancolía. Aquella noche en la que esperas
que las cosas simplemente ocurran o que al menos una gran sorpresa destelle de
la nada y del día a día común de las personas.
Un viaje que no
tiene fin, que da inicio a un largo futuro de incertidumbre. Es
un día clave de contrastes, de una lluvia inesperada y de
un frió otoñal que produce un lento y silencioso golpe a la vida.
Te has preguntado
que podría cambiar tu forma de ver el mundo, de recorrer la vida y arriesgarte
a tan solo hacer aquello que
tu corazón demanda. Deberías no preguntarte mucho y actuar
como una vibración omnipresente que dando
un suave toque de delicadeza, da los inicios de lo que sin
duda podría ser el verdadero sentido de la vida.
Hay veces en que
necesitamos los viajes. Necesito recorrer el cuerpo, las manos, y tus besos que
la madre naturaleza te entrego. Es momento de agarrar todas las ideas locas que
alguna vez cuando niños pensamos que eran ciertas, y hacer posible que esas
verdades sean más aún posibles. Ya basta de los cuestionamientos, los
resultados... A veces el arriesgarse es legítimo y necesario.
Ya basta de las
viejas amistades. Se debe entender que las personas simplemente son así, que
las cosas ocurren por algo y que jamás debemos sorprendernos de
las acción de en minutos te hacen conocer la verdad de las cosas.
Es hora de un
nuevo viaje, de nuevos paradigmas y de romper con el status quo.
La verdad nos hará
libre y la verdad parte por encontrar.